Trastornado por un trabajo de investigación, Bertrand Leclair, cuyo padre hizo la guerra de Argelia, se marchó a los Aurès y a Kabilia, tras las huellas de los comandos, pero también al Sur de Argelia, al Sahara, donde estalló en 1960, en plena guerra, la primera bomba atómica francesa. Allí, descubrió el trágico destino de los irradiados de Reggane. Este descubrimiento no pudo sino exacerbar aún más la curiosidad del autor por esta época confusa, cuajada de silencios, de confesiones imposibles y de mentiras que surgieron en las siguientes generaciones.
Este contexto histórico y sus consecuencias componen el nudo de la intriga de Una guerra sin fin. El narrador se encuentra con un antiguo amigo, Thierry Lavergne, y constata estupefacto la ruina en la que se ha convertido, en menos de diez años, el que fuera destacado cronista en los años 1990 y autor de éxito de una primera novela. Y es que Thierry ha sido víctima de un pasado oscuro y comprometedor, en el que su padre está implicado. Durante meses, fue manipulado por el hombre en el que tenía puesta toda su confianza y cuya historia le había inspirado su novela: un tal David Berthon, un bocazas destruído por el alcohol desde que volvió manco de Argelia, en 1959. ¿Por qué, 40 años más tarde, ese David Berton incitó a Thierry a escribir su terrible historia? ¿Venganza política o ajuste de cuentas amoroso? ¿Cuál es su relación con los padres de Thierry?