En un mundo cosificado que ha rechazado la noción del alma mientras rechazaba la religión, Bertrand Leclair nos invita a descubrir otra vez este soplo de vida, haciendo la distinción entre su acepción y los presupuestos judeocristianos. Pues el alma no sólo tiene un sentido trascendente sino que también puede ser inmanente. De la misma manera, la palabra alma no se refiere exclúsivamente al ser humano, sino que tiene muchas definiciones técnicas – tal y como el alma del violín, que es una parte a la vez esencial y vital – que permiten ir más allá del empleo histórico y religioso al que se refieren tradicionalmente.
Después de estas distinciones, el lector deambula en Proust y Artaud, en busca del alma del texto, noción casi imposible de definir, pero sin la cual ninguna obra podría existir. Esta columna de aire, de la vida inasequible que pasa, Bertrand Leclair nos invita a encontrarla, a aprehenderla como la articulación del cuerpo y del espíritu. De este modo, a través de su meditación, nutre una reflexión más amplia sobre el mundo contemporáneo, una reflexión lúcida y tranquila en la que el hombre, ser parlante que ha perdido su naturaleza divina, se estanca entre cielo y tierra, hundido en una horizontalidad de la que no puede escaparse. A menos que, quizás, encuentre el camino de su alma y a menos que por el encuentro amoroso o la soledad de la escritura las páginas de su vida se animen con un soplo olvidado durante demasiado tiempo.

Escrito con una pluma erúdita, pero ligera, La alegría de buscar su alma presenta el camino iniciático que lleva a la reapropiación de sí mismo y enseña el carácter mágico de la existencia.