Día tras día, Leïla vive volcada en su creación, su obra maestra, su vestido de papel: juntando meticulosamente las cincuenta y seis cartas que le envió Dan, el hombre al que estuvo prometida, que se marchó lejos, a un país lleno de sol.

Al hilo de los capítulos, que van desgranándose al ritmo de notitas cariñosas (un post-it, una carta, un gurruño de papel), va dibujándose el contorno de su historia: sus encuentros, su complicidad, su vida cotidiana, todas esas pequeñas cosas que dan a cada amor su particular relieve.

Ambos vienen de familias humildes, Dan es taciturno, a Leïla no le gusta escribir; cada señal cuenta, cada sonido tiene la redondez de un nido reconfortante. Este texto va moldeado en las curvas de ese vestido de papel, hecho con los vestigios de su amor, para ofrecernos un último y bello homenaje al ser amado.