Todo iba bien. Una vida tranquila y feliz. Una noche, Claude Pinault se despierta con un dolor agudo. ¿Una otitis? Las conoce bien pues ya ha padecido varias decenas. Pero, por la mañana, es incapaz de levantarse. Su cuerpo ya no le obedece. Se siente como encerrado en el interior de una maquina desajustada, como preso en un bocal. Los médicos le dicen que esta terrible enfermedad se llama el síndrome de Guillain-Barré y que afecta los nervios periféricos. En la mayoría de los casos, es mortal. Es el principio de un largo descenso a los infiernos. De un verdadero calvario. Convertido en un objeto manipulado por médicos y enfermeras, el enfermo es separado de su propia vida. ¿Presentimiento? Le había gustado tanto el libro de Jean-Dominique Bauby, que se lo había regalado a varios amigos. Finalmente curado, maravillado por haber vuelto al mundo de los vivos, Pinault quiso a su vez aportar su testimonio. Al leerlo adivinamos lo que le ayudó a sobrevivir: un humor formidable, como una revancha contra la desgracia. Al leer el libro reciente de Jean-Louis Fournier sobre sus dos hijos minusválidos, uno piensa que Pinault también buscó consuelo en esa negrura controlada.