A mediados del verano de 1994, la muy seria revista TIME exponía como un desafío en su portada un anillo roto al interrogarse sobre la existencia de bases genéticas para la infidelidad conyugal (Infidelity: is it in our genes ?). Adentro, un voluminoso artículo contaba diferentes hechos y varias teorías científicas relativas a la evolución de la monogamia y presentaba una reflexión sobre su pertinencia para explicar, e incluso justificar, la organización social de la reproducción en la especie humana.
Desde hace más de un siglo, la monogamia fascina y desconcierta a los biólogos del comportamiento. Así como lo señalaron los etólogos alemanes Wickler y Seibt ya en 1983, dos razones importantes explican el interés particular otorgado a la monogamia. Primero, la monogamia fue considerada, al menos por las civilizaciones occidentales, como la estructura familiar ideal para el ser humano, lo cual implicó un interés particular por todo sistema similar en el mundo animal. Segundo, en la mayoría de las especies, los sexos presentan diferencias en cuanto a la cantidad y al tamaño de las células sexuales (gametos) así como en cuanto al precio asociado a su producción. Se supone que en las especies dichas anisogamas, los machos, por el hecho de que produzcan a bajo precio un gran número de gametos, tienen que aprovechar al máximo su potencial reproductor multiplicando las parejas reproductoras, lo cual corrresponde a la poligamia. La monogamia sería por tanto ordinariamente contra-seleccionada en los machos. En esta óptica, la monogamia se considera como un sistema de reproducción en el sentido genético. De hecho, el sentido popular se refiere más a menudo a una relación sexual exclusiva y recíproca para caracterizar la monogamia. Ahora bien, la monogamia también puede considerarse como un tipo de organización social, es decir en la terminología empleada en ecología comportamental, como un régimen de emparejamiento. Se propone entonces, tratándose de la asociación de dos individuos de sexo opuesto, poner de realce la importancia del largo plazo y, eventualmente, de la repartición de los cuidados de los padres. Por un antropocentrismo demasiado agudo, los dos aspectos de la monogamia, fidelidad sexual y vínculo social, se perciben frecuentemente como evidentemente asociados. Sin embargo esta visión « moral » de la monogamia no parece resistir al análisis de su realidad biológica, tal y como lo atestiguan los recientes estudios publicados en ecología comportamental.