A Louis-Ferdinand Céline le gustó pintar un mundo caótico e infernal. Su obra novelesca presenta una suma de desastres, con la proximidad de la muerte como única certidumbre. Céline no espera nada de los hombres. Pero si no cree en ellos, sí podría creer en la madre…
El interés por este estudio, que se basa en el conjunto de las novelas (se excluyen los panfletos), de la correspondencia y de las conversaciones, es mostrar una faceta inédita y con todo real de Céline. Sugerida, contada, unas veces bruja, otras veces hada, pegajosa o inaccesible, patética o sublime, la madre deambula a los largo de las obras novelescas. No hay correspondencia ni hay muchas conversaciones en las que no aparezca. La huella en la personalidad del escritor es tan importante que, como Proust, Céline (quien eligió firmar con el nombre de su abuela) hubiera podido escribir mi madre y mi abuela, mis modelos para todo.
Considerada desde el punto de vista materno, la lectura de la obra se presenta así sumamente modificada, incluso trastornada. Descubrimos a un Céline poeta de la contemplación, obstinado de la felicidad, partidario de la vida, vibrando por el peso de una herencia materna alegre.