En 1994 se produjo en Ruanda el genocidio de los Tutsi orquestado por el poder extremista hutu. Decidido a conservar el poder a toda costa, el régimen hizo todo lo posible para convencer a la población hutu de que la eliminación de los tutsi era una cuestión de supervivencia. La participación del pueblo permitió la eliminación de 800 000 tutsi en solo tres meses. Sin embargo, apenas acabado el genocidio, fue provisionalmente olvidado: el mundo entero contempló las espectaculares imágenes del éxodo masivo de las poblaciones hutu hacia Zaire (actual República del Congo), olvidando así a las víctimas de uno de los peores crímenes masivos del siglo XX. El genocidio fue muy poco filmado, el éxodo lo sería mucho más. Para el mundo entero, las víctimas de la tragedia ruandesa eran esos exiliados, muchos de los cuales habían contribuido a la eliminación de la minoría tutsi. En los campos de refugiados de Zaire, esos exiliados pronto fueron víctimas de una epidemia de cólera que causó 30 000 muertos. Las 30 000 víctimas del cólera borraron de la memoria colectiva a los 800 000 asesinados del genocidio...

Turquesa cuenta esta historia. Lo hace siguiendo los pasos de una chica joven, la única tutsi de su colina que sobrevivió a la exterminación. Llevada por los hutus en su éxodo hacia Zaire, verá aparecer en la carretera las cámaras que echó en falta cuando mataron a su familia. Se preguntará entonces qué es lo que quedará de los suyos. « Turquesa » no es ni una novela ilustrada, ni un cómic, sino una obra donde el texto y la imagen son igual de importantes para contar el genocidio y su desaparición de las memorias. Es un libro político que al final se interroga sobre la responsabilidad del Estado francés en la tragedia ruandesa, y subraya la política de espera de una comunidad internacional que asistió pasivamente al genocidio.