Abril de 1945. Daniel, un joven rabino americano, llega al campamento de Ohrdruf con las tropas aliadas, alertadas por una situación dramática. Irá recogiendo las historias, las peticiones y las súplicas de los deportados famélicos y desesperados, y se encariñará con un niño de cinco años, mudo e inflexible, hasta el punto de ir en busca de sus padres en el segundo campo, el de Buchenwald.

Lo que descubrirá permanecerá para siempre, en la memoria de Daniel como en la de todos sus contemporáneos, como el encuentro con el Mal absoluto. Con esta pregunta lacerante y sin respuesta: ¿cómo ha podido permitir Dios semejante negación? ¿Cómo creer, amar, vivir de nuevo, después de haber visto lo que el hombre es capaz de infligirse a sí mismo?

El autor logra reproducir la atrocidad de los campos de concentración y la incredulidad de los que los descubrieron antes que nadie. El autor nos brinda sobre todo una novela impregnada de humanidad, encarnada por ese niño de ojos demasiado grandes que, sin palabras, logró convencer a Daniel de que la vida es sin duda más fuerte que el horror.

Daniel, un joven rabino liberal estadounidense, formó parte de los primeros libertadores de Buchenwald. Este texto, imprescindible ahora que los últimos testigos directos son tan pocos y por tan poco tiempo, explora un tema poco abordado en la literatura francesa: el del descubrimiento de los campos de la muerte.