Con veinte años, Jefferson Woodbridge llegó a París con la firme intención de convertirse en un novelista americano famoso. Pero unas décadas más tarde, el mundo editorial solo le reconocía su valía como negro y traductor. Cuando el doctor Moreno le anunció que en seis meses se quedaría ciego, se lo tomó como una liberación: Así ya por fin dejaré de aburrirme, se dijo, decidido a irse a Buenos Aires para poner fin a sus días. La proximidad de la muerte hizo también resurgir en él el recuerdo de Magdalena, la primera mujer, quiza la única, que contó en su vida. Una joven mujer solar, lunática e inasequible cuya aparición un sábado por la tarde en el metro Mairie de Montreuil lo deslumbró. Como en un sueño, recordó haber vivido con Magda una vida bohemia en París. Un día ella desapareció. Más adelante se volvieron a encontrar y a separar varias veces. Hasta llegar a los últimos reencuentros en otoño de 1972 y al suicidio de la joven en la habitación de un hotel anónimo a orillas del Mediterráneo. De modo que Jefferson se vio golpeado por un terrible acontecimiento que pensaba haber enterrado para siempre, del mismo modo que a Magdalena se vio golpeada por las devastadoras revelaciones sobre el pasado de su padre, oficial alemán en el frente Este durante la guerra.

Cuando el doctor Moreno le anuncia a Jefferson Woodbridge que en seis meses se quedará ciego, toma la decisión de ir a Buenos Aires para poner fin a sus días, pero la proximidad de la muerte hace resurgir en él el recuerdo de Magdelena, la única mujer que contó en su vida.