Una juventud dorada en el litoral mediterráneo, en la indolencia de finales de los años 1950. Nos sumergimos en el ambiente de aquellos años (sus paisajes, automóviles, canciones, perfumes...), una época tranquila y próspera, sin amenazas a la vista. Pero existe un personaje adicional: nuestro sol, estrella de tamaño medio, del que tratamos de protegernos en verano con la ayuda de cremas que perfuman nuestra existencia. Sus efectos reales sobrepasan los de los rayos ultravioletas. E, indirectamente, desvían la trayectoria de un coche, provocando con ello todo tipo de desbarajustes para el protagonista (Joël) que saldrá de su apatía para toparse con el amor y sus sufrimientos (Liliane). A medida que avanza el verano, baja la intensidad del sol, y el ambiente se hace más cargado. La guerra de Argelia no está lejos, y un drama terminará por ensombrecer definitivamente a esta radiante juventud. Y no hablamos solo del misterioso ahogamiento de una joven (Evelyne) o del derrumbe de una presa famosa cerca de Fréjus, sino del giro de la fortuna, del paso del tiempo que termina marcando los cuerpos, que desune a los «radiantes gemelos» (Gilles y Liliane) y transforma las mariposas en porcelanas resquebrajadas. El éxito y la vida profesional de Joël dependerán de los acontecimientos que habrá vivido aquel verano, a costa de una herida que no cicatrizará nunca; o bien de su muerte, cuando se haya reunido, como dice el poeta Jean Tardieu, con el gran sol.

Años 50. Verano soleado en la costa mediterránea. Juventud dorada, indolencia, encuentros y desencuentros. Una primera novela muy lograda que recuerda al Buenos días, tristeza de Françoise Sagan.